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Rebuscando la punta'e l'ebra XIV

Rebuscando la punta'e l'ebra XIV
Revise la columna de opinión de Arturo Lavín.
Autor:

Por Arturo Lavín Acevedo alacolemu@hotmail.com

Que los indios estaban en un alzamiento general ya era absolutamente evidente. Alonso Coronas, que mandaba en el fuerte de Purén, esto es al lado oriental de la Cordillera de Nahuelbuta, percibiendo el peligro, solicitó socorro a La Imperial. Juan Gómez de Almagro, alcalde de Santiago, había decidido darse una vueltecita por el sur, para ayudar a Valdivia en la conquista de Arauco, según él, atraído por la fama de los lavaderos recién descubiertos, según otros.

Por casualidad llegó a La Imperial justo el día en que llegaba el mensajero pidiendo auxilio para el fuerte de Purén. En ausencia de Villagra, que andaba al otro lado de la cordillera de los Andes, el cabildo solicitó a Gómez de Almagro que acudiera con sus soldados en defensa del fuerte. O sea, había salido con su grupito a turistear y le encajaban un pololito. Así de pasadita no más.

Al tercer día de hacerse cargo del fuerte, el 14 de diciembre de 1553, se presentaron los mapuches, entre cuatro y cinco mil divididos en cinco cuerpos. Algunos cronistas los hacen subir hasta diez o doce mil. Gómez de Almagro salió a enfrentarlos con diecisiete jinetes y cuatro arcabuceros, más trescientos a cuatrocientos indios auxiliares. O sea, a lo muy menos les tocaban entre ocho y diez por nuca. Cargó tres veces contra ellos, pero los mapuches ya habían modificado sustancialmente su forma de pelear. Opusieron a los caballos escuadrones erizados de largas lanzas y emplearon con gran éxito sus macanas, en vez de precipitarse como un alud sobre las picas metálicas de las lanzas españolas. A medio día, viendo lo inútil del intento, Almagro se encerró en el fuerte habiendo perdido dos caballos y con varios hombres heridos.

Despachó indios amigos pidiendo auxilio a La Imperial y a Los Confines y, al caer la tarde, habiendo descansado, acometió de nuevo con once jinetes y seis infantes, más los indios auxiliares. Los mapuches cedieron el campo. Almagró mandó a notificar a Valdivia de su triunfo, lo que lo envalentonó para seguir su último viaje hacia Tucapel. Los mapuches dejaron pasar a los chasquis sin detenerlos, todo era estrategia. Desde La Imperial se despachó un refuerzo hacia Purén, con lo que Gómez de Almagró logró tener treinta y cuatro soldados en estado de combatir. Se alistó para salir el 24 a juntarse con Valdivia en Tucapel, según lo convenido. Los pobladores le rogaron que no los dejara solos. El ya tenía un compromiso con el gobernador y estaba presto a partir, cuando vigías llegaron con un mapuche armado hasta los dientes que habían logrado capturar. Interrogado se supo que había 17 levos dispuestos a caer sobre Purén. Almagro detuvo su partida.

Había leído públicamente la carta del gobernador y los espías mapuches la traspasaron por tinta a Lautaro. Inmediatamente éste ideó una estratagema. Debía retener a Almagro en el fuerte y para eso inventó que uno de sus conas o mocetones, se dejara atrapar y les metiera cuco a los del fuerte. Así, Valdivia estaría más desprotegido en Tucapel, donde lo esperaban miles de conas especialmente adoctrinados de cómo combatir para lograr el triunfo.

El itinerario y el combate mismo de Tucapel, con la muerte de todos los españoles presentes, dejémoslo para que los curiosos lo indaguen en la historia. Centrémonos en los catorce jinetes de Purén.

Juan Gómez de Almagro, esperaba en el fuerte el ataque que el día 25 debía producirse sobre Purén. Al alba, a la hora de maitines, salió a recorrer el campo y al no encontrar indio alguno se dio cuenta que había sido engañado. Esa misma noche partió con trece jinetes escogidos en dirección a Tucapel a encontrarse con Valdivia. Durante todo el cruce de la cordillera de Nahuelbuta, no toparon guerreros mapuches. Ya llegando al plano en el valle de Elicura (Liucura o Lighcura, piedra blanca o pedernal), comenzaron a notar la presencia de mapuches que celebraban su reciente victoria sobre el gobernador. Como la celebración implicaba contundentes libaciones, no andaban con muchas ganas de seguir combatiendo. Así que, a bote de lanzas, lograron llegar al fuerte de Tucapel, del que no quedaban más que tizones humeantes.

Allí, consternados por la debacle, de la que aún no tenían exacta dimensión, decidieron descansar antes de emprender la vuelta. Apenas lograron poner pie en el suelo, cuando escuadrones de refresco que Lautaro mantenía, se les dejaron caer sin casi darles tiempo de montar sus caballos. Aquí comienza la epopeya de los “Catorce de la Fama”.

Era ya hora de vísperas, media tarde, y combatieron hasta la puesta del sol. Ya no daban más de fatiga y casi todos estaban heridos. Masas compactas de indios les cercaban. Durante la noche lograron romper el cerco y huir, dejando atrás a sus auxiliares que no podían emparejar el galope de los caballos. A Juan Morán, un picotón de lanza mapuche le había dejado colgando un ojo, se lo arrancó con sus propias manos para poder pelear mejor. Aún a oscuras, los indios los seguían acosando. Algunos fueron cayendo sin alcanzar a decir sus oraciones antes que los indios los despedazaran y se apoderaran de los caballos que ya apenas podían sostenerse en pie.

Leonardo Manrique, Sancho de Escalona, Pedro Niño, Gabriel Maldonado, Diego García y Andrés de Nereda (Neira) no alcanzarían a ver un nuevo amanecer. Los ocho que sobrevivían, al llegar a la estrechez que cierra la entrada al valle de Elicura, aún con toda la cordillera de Nabuelbuta entre ellos y el fuerte de Purén, se dividieron en dos grupos. Tres entraron en la estrechura. Ahí murió Alonso Cortés, pero Juan Gómez de Almagro y Gregorio de Castañeda lograron franquear el paso. Juan Gómez ya estaba malherido y su caballo murió desangrado. Se divisaba una multitud de indios que seguían sus huellas. Al juntarse los siete, Juan Gómez los instó a seguir adelante y les dijo: “Señores, si aguardáis para favorecerme, todos seréis muertos. Idos, que yo malherido seré sólo un estorbo para vosotros. Más vale que yo solo muera que no todos.” Y se internó caminando en un bosquecillo. Desde su camino, los seis prófugos sintieron la algarabía de los indios al encontrar el caballo muerto y alcanzaban a percibir los hachones encendidos para la búsqueda del jinete por las cercanías.

Dos horas antes de amanecer, llegaron al fuerte de Purén, cubiertos de heridas, de sangre y de tierra. Los pobladores del fuerte comprendieron el destino que les aguardaba. Con las primeras claras del día, emprendieron fuga hacia La Imperial con lo que pudieron llevar. A tres leguas, los alcanzó un yanacona de Juan Morán y les dijo que cerca de Purén había un español herido. Don Pedro de Avendaño, Martín de Ariza, Alonso Coronas, Antonio Gutiérrez de San Juan y Alonso Riera, se devolvieron a recogerlo. Llegaron cerca del fuerte que ya era una pira en llamas. No encontraron a nadie. Ya lo daban por perdido, cuando apareció Juan Gómez de Almagro. No vio ni sintió a los jinetes que lo buscaban en su paso hacia el fuerte, cuando volvían, el relincho de un caballo lo hizo salir de los matorrales en que se escondía. “Iba a pie, desnudo, descalzo, malherido, desfigurado, con los pies y las manos muy hinchadas, pero empuñando aún su espada.

Dice Bibar: “Quiero nombrar estos siete españoles que se escaparon que fue: Juan Gómez, Gerónimo Hernández Buenosaños, Gregorio de Castañeda, Luis Hernández de Córdova, Juan Morán, Diego de Velgara (Vergara) y Juan de San Martín.”

Ercilla, don Alonso, ensalza así, en sus octavas reales, el suceso:


Fue hecho tan notable, que requiere

mucha atención y autorizada pluma,

y así digo que aquel que lo leyere

en que fue de los grandes se resuma:

diré cuanto en mi estilo yo pudiere,

aunque toda será una breve suma:

y los nombres también de los soldados

que con razón merecen ser loados:

 

Almagro, Cortés, Córdova, Nereda,

Morán, Gonzalo, Hernández, Maldonado,

Peñalosa, Vergara, Castañeda,

Diego García, Herrero el arriscado,

Pero Niño, Escalona y otro queda

con el cual es el número acabado:

don Leonardo Manrique es el postrero,

igual en el valor siempre al primero.

Entre Tucapel y la retirada de Gómez de Almagro de Purén habían muerto 49 soldados españoles, se habían perdido casi todos los caballos de montura que llevaban y cientos de indios auxiliares. Muerto Valdivia, se generó una disputa por la gobernación interina, la que provocó cierta desorganización en la defensa de la colonia. Francisco de Villagra tuvo el apoyo del sur, pero Santiago quería a Rodrigo de Quiroga y la Serena a Francisco de Aguirre. El único que hizo algo por defender las ciudades del sur fue Villagra, una vez que volvió desde el otro lado de la cordillera, ya muerto Valdivia. Solicitó auxilios a Santiago, desde donde le mandaron ocho a diez soldados y una buena remeza de caballos de montura. Esta ya debe haber sido la primera de caballos mansos y adiestrados generados de las crianzas chilenas.

En Concepción reinaba el caos, la llegada de Villagra les devolvió el alma al cuerpo. Villagra formó el mejor contingente que había existido en Chile para enfrentarse a los mapuches. De 216 soldados presentes en la ciudad, apartó a 154 escogidos. Quedaron sólo 60 para la defensa de la ciudadela. De ellos sólo 15 estaban en plenas condiciones de combate. Juan de Cárdenas, el escribano de Valdivia, que formaba entre los 25 de a caballo, después graficaba la situación diciendo que: “…él era de los soldados de presunción y estaba tal que valía por ninguno,…” El mejor caballo que quedó era el suyo y “había más de veinte años”. De todos modos Lautaro, aplicando el mismo plan que en Tucapel, el 26 de febrero, infringió a Villagra una derrota más desastrosa que la de Tucapel, en Marigueñu.

Por primera vez los mapuches usan una nueva arma, el lazo. Al capitán, Villagra, cuando lo identificaron como el apo, le cargaron la mano. Lograron lacearlo, derribarlo de la montura y arrastrarlo un buen trecho. Los soldados lograron rescatarlo, sin celada y muy maltrecho, pero no al caballo. Logró otra cabalgadura y trató de insuflar ánimos a los soldados españoles que ya empezaban a flaquear. Lautaro les copo la artillería. Era la primera vez que los españoles usaban seis cañoncitos, pero los mapuches, en hábil maniobra los dejaron aislados y mataron a todos los sirvientes. Con lazos desencajaron los cañones de sus emplazamientos. Esto lo harían muchos años después los soldados de la caballería chilena en la Guerra del Pacífico. En Guamachuco, Sofanor Parra, el inmortal, inclinó el resultado de la batalla decisiva, al cargar con sus Cazadores y lacear las cureñas peruanas y dejarlas fuera de servicio, cuando la cosa estaba bien color de hormiga para las huestes chilenas.

La retirada desde Marigueñu fue desastrosa para los españoles. Perdieron casi todos los caballos, las armas, las provisiones y a muchos de los indios auxiliares. De los 154 que salieron sólo volvieron 66, muchos de ellos muy heridos, tanto que murieron seis más. Lautaro logró el despoblamiento de Concepción después de la derrota de Marigueñu. Todos sus habitantes huyeron a Santiago. Los indios saquearon y quemaron la ciudad. Se despoblaron Los Confines y Villarica hacia La Imperial y Valdivia.

La merma en hombres y caballos fue significativa, la colonia quedaba tambaleante. Pero los españoles ni pensaban que serían favorecidos por hechos absolutamente fortuitos. Los mapuches habían dejado de sembrar. Sólo cultivaban lo mínimo para que las provisiones no cayeran en mano de los enemigos. Así sus reservas eran casi inexistentes. Sucedió que hubo tres a cuatro años de sequía, por lo que se desató una hambruna pavorosa. A tal punto que al que moría muchas veces se lo comían. Esto llamó profundamente la atención de los europeos, sobre todo de los frailes. Para peor, en esos mismos años se desató una epidemia de tifus, el chavalongo, que diezmó a la población mapuche. Los cálculos más conservares estiman que murió un tercio de la población. Nunca más lograrían juntar un ejército como el que combatió a Valdivia y  a Villagra en Tucapel y Marigueñu. Esta anchurita venturosa, permitió la reorganización de la capitanía, a pesar de todas las luchas internas, las que no cesaron hasta la llegada de un nuevo gobernador.

El rey había nombrado sucesor de Pedro de Valdivia a Gerónimo de Alderete, pero éste murió en Panamá en su viaje desde España. Así que el virrey del Perú, don Andrés Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, nombraría a su hijo, don García Hurtado de Mendoza, a la sazón de no más de veintiún años de edad.

Hay algunas cosas que sucedieron en este período, que a pesar que no tienen mucho que ver con caballos y jinetes, siempre las he encontrado sorprendentes, esencialmente porque la historia guardó versiones que no cuadran. Mucho tuvo que ver en esto don Alonso de Ercilla, que si bien fue testigo de algunos hechos, otros los supo de oídas y, como buen poeta, al parecer, acomodó algunos nombres para que rimaran sus octavas reales.

La primera es la historia del viejo cacique, o lonco propiamente, Colocolo. Su famosa arenga a los loncos más jóvenes es un hecho histórico, el hecho, pero no el personaje. Escuchemos a Bibar, que relató sin rima y estando presente en Chile al suceder el acontecimiento, inmediatamente después de la batalla de Tucapel:

“Viéndose los indios tan victoriosos con los españoles, habiendo muerto cincuenta y un español, no poco soberbios estaban. Pareciéndoles que ya no había cristianos que los resistiesen, hicieron una junta muy grande. … pareciéndoles que era necesario de nombrar un señor a quien obedeciesen y les mandase en las cosas de la guerra de los españoles y, juntos estos señores, les pareció bien. Se levantaron Colocolo, que era señor de seis mil indios, y Paylaguala, que era señor de 5 mil indios, y Paycavi, señor de 3 mil indios, Illacura señor de más de 3 mil indios, y Tocapel, señor de más de 3 mil 500, y Teopolican, señor de cuatro mil indios, Ayllacura, señor de más de 5 mil indios. Todos estos señores que he dicho había entre ellos gran diferencia porque cada uno particularmente lo pretendía, y había grandes desafíos.

Viendo Myllarapue, que era señor de más de 6 mil indios, la discordia que había entre los demás señores y por ser viejo no pertenecía a él aquel cargo, llegado a ellos, les dijo que callasen y que les rogaba que le oyesen.” … el primero que tomó el trozo fue Manygalgo. Lo trujo seis horas, y dejado lo tomó Colocolo y le trajo medio día.”

Como ven, la historia es la misma pero cambian los personajes. ¿Le querrán cambiar el nombre a todo lo que se llama Colocolo, en honor al viejo cacique según Ercilla? Imagínense solamente un grito de guerra deportiva así “¡Como Millarapue no hay, all right!”

La segunda es la heroica actitud de doña Mencía de los Nidos, que según Ercilla, tomando la espada de su marido, malherido en Marigueñu, salió a las calles de Concepción a evitar el despueble de la ciudad. La historia dice que; blandiendo la espada gritó, mientras se dirigía a las murallas de defensa: “El que tenga pantalones que me siga.” Bueno, lo cierto e históricamente veraz, es que quién se indignó con la decisión de abandonar Concepción fue doña Juana Jiménez, quien era la dueña en la casa del gobernador por esos días. Claro, a Valdivia, La Gasca lo obligó a separarse de Inés de Suarez, pero al parecer nunca le dijo que no podía buscarse otra concubina. Y, según tengo entendido, en términos legales, lo que no está expresamente prohibido se puede considerar como lícito o permitido. Parece que Valdivia, aunque no le pegaba mucho a la escritura, algo sabía de leyes también.

Bueno, creo que extenderme en estos dos casos, amerita un escrito algo más extenso. Si no les parece, reclámenle a don Bibar.

Arturo Lavín Acevedo, Cauquenes del Maule, octubre del 2011.

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