Rebuscando la punta'e l'ebra VIII
Por Arturo Lavín Acevedo, alacolemu@hotmail.com
Para seguir precisando, digamos que, como lo acota Thayer Ojeda, llegaron a Chile 150 hombres entre de a pié y de a caballo, con un mínimo de 70 a 75 jinetes o, tal vez, un poco más. Los caballos que montaban deben haber sido mayoritariamente machos y, probablemente, deben haber traído algunas yeguas de arreo, como futuros vientres para la reposición de las pérdidas. Ningún cronista duda en que dichos caballos fueron mayoritariamente reclutados desde el partido de Charcas, más uno que otro de las cercanías del Cuzco y otros de Lima y sus alrededores.
La primera recarga importante de unidades ecuestres hacia la reciente Capitanía, la realizó Alonso de Monroy, quien en 1543, después de dos años de intentar en el Perú el auxilio a los conquistadores de Chile que habían sido casi arrasados por el levantamiento indígena, trajo 70 caballos, es decir machos montables, desde Charcas. Se cree que en esta expedición de abastecimiento ecuestre, Monroy, trajo el encargo solicitado por el Rvdo. Rodrigo González de Marmolejo, la primera partida de yeguas de vientre con las que comenzó sus crianzas en los alrededores de Melipilla.
A este respecto se puede acotar que las tales yeguas deben haber sido entre 30 y 40, ya que en septiembre de 1545, el Capitán General en carta a su Emperador, Carlos V, le dice textualmente: “i que me compre caballos para dar a los que han muerto en la guerra (por ser) mui buenos soldados, hasta que tengan de que los comprar, porque no es justo anden a pié, pues son buenos hombres de caballo, i la tierra ha menester, i algunas yeguas para que con otras cincuenta que aquí hai al presente no tenga de aquí adelante, necesidad de enviar a traer caballos de otras partes,…”
Que estas yeguas pertenecían a don Rodrigo lo aclara el mismo Valdivia en carta al Emperador de octubre de 1550, en que recomendaba al sacerdote para obispo del reino. “En lo que se ha empleado este reverendo padre, en estas partes, es en el servicio de nuestro Dios,… cuidando ciertas cabezas de yeguas que metió en la tierra con grandes trabajos, multiplicándoselas Dios en cantidad, por sus buenas obras, que es la hacienda que más ha aprovechado y aprovecha, para el descubrimiento, conquista, población i perpetuación de estas partes; las ha dado o vendido a los conquistadores para este efecto,…”
Posteriormente, las entradas de caballos o potros, es decir animales de montura, después de los que trajo Monroy, fueron: En 1546 llegaron a La Serena ocho españoles que fuera de sus montados traían diez yeguas chúcaras desde Charcas. En octubre de 1547, García de Cáceres y Diego de Maldonado trajeron 18 potros que, más sus dos cabalgaduras, hacen un total de veinte, además de 60 yeguas que trajeron desde la misma procedencia. Es muy probable que toda esta masa de yeguas de cría haya sido manejada por don Rodrigo.
También se puede resumir que: La mayor parte de esta población equina provenía directamente de las crianzas de Charcas, las que el virreinato del Perú había establecido para el abastecimiento de tan importante elemento en la conquista y asentamiento de los nuevos territorios del Emperador, por cuya gracia, y la de Dios, se hacía esta titánica conquista. Algunos de los caballos enviados a Chile, provenían desde el Cuzco, pero es posible que muchos hayan llegado ahí, también desde Charcas. Y uno que otro, podrían haber sido originarios de las cercanías de Lima o del Callao.
Todos estos caballos introducidos sufrieron o soportaron una actividad bastante exigente. Primero la guerra, con sus largas expediciones por terrenos nada de fáciles y las enconadas batallas contra los naturales. Segundo, la vaquería, la que una vez creada un área de cierta tranquilidad y paz, entre el Aconcagua y el Maule, después del feroz asalto a la capital, permitió el lento desarrollo ganadero por terrenos sin cercos, lo que significaba que los animales debían ser permanentemente repuntados hacia los terrenos de sus dueños. Aquí comienza a nacer el guaso, a lomo de caballo recorriendo montes, riscos y serranías, día a día y, a veces, noche a noche. Tercero, aunque al principio en muy pequeña escala, las trillas de cereales, donde el casco de las yeguas no tenía superior en separar el grano del capotillo y la paja. Como algún conquistador lo dijo, después del gran asalto del 11 de septiembre de 1541, es decir, solo a siete meses de fundada la ciudad y cuando fue casi reducida a cenizas; “Vivíamos con una mano en la espada i la otra en el arado, comiendo cueros viejos e cualquier sabandija e las desvergüenzas apenas tapadas con jubones de cueros de alimañas.”
Pero para usar ambas manos en plenitud, además, se necesitaba un caballo. Justo, casi sin darse cuenta, simplemente por la urgencia de poder mantenerse vivos, empiezan a usar la selección inducida de sus caballos. Un buen caballo tenía que servir para todos estos apremios, si no, no era merecedor de su preocupación y, seguramente, tampoco era digno de dejar descendencia en la faz de esta tierra.
Esta situación, en cuanto a los caballos en Chile, se mantuvo sin grandes variaciones por los primeros casi cuatro años de la conquista, en los que las bajas caballares deben haber sido suplidas por las crianzas locales. No hubo grandes batallas en cuanto a pérdidas de caballos, por lo que el sistema, podríamos decir, se equilibró. Pero, los desbarajustes estaban por seguir casi en serie.
Ya estaba recompuesta, a medias, la ciudad de Santiago del Nuevo Extremo, con sus casas ahora de adobes y no de paliques y tabiques de jarilla y barro con techos de coirón, todo fácil presa del fuego. Además, Valdivia hizo construir un refugio central de ocho cuadras cercadas de gruesas murallas de adobón, con dos estados de alto, para guarecer armas y provisiones. El Capitán General puso seso y manos a la obra de establecer definitivamente el dominio español en la tierra. Contó para ello, con la huída de los naturales (picones y pormocaes) hacia el sur, hacia las tierras de sus primos los purranaucas, habiendo quemado sus rancheríos y todas las provisiones que no pudieron trasladar. Quedó así, un vasto territorio sin tribus de guerra, entre, casi buena parte del Valle Aconcagua y el río Maule por el sur. En las tierras de los picones, alrededores de Melipilla, establecería sus crianzas el cura González de Marmolejo.
Mandó Valdivia a Alonso de Monroy y cinco más en busca de reemplazos, pertrechos y abastecimiento al Perú. Las vicisitudes que sufrieron, con la muerte de cuatro a manos de los indios, cautiverio de varios meses y escape jabonado, le permitieron llegar a la Ciudad de Los Reyes con varios meses de retraso. Allí encontró al Gobernador Cristóbal Vaca de Castro, enfrascado en la rebelión de Diego de Almagro el mozo. Apenas pudo logró contactarse con él, pero para su desgracia, fuera de confirmarle las provisiones dadas a Valdivia por Pizarro, no le aportó ni un mísero maravedí. Es más, dijo que si con las provisiones (papeles) que les daba:”no podían sustentarse en ese reino (Chile), lo despoblasen.” Monroy recurrió a los antiguos amigos de Valdivia y varios se aprestaron a enviar socorros. Así, en septiembre de 1543, a más de año y medio de la partida de Alonso de Monroy, supo Valdivia del arribo a Valparaíso de una nao, el Santiaguillo, la que llegaba al mando de Diego García de Villalón con ropa, hierro, herrajes, armas, y otros artículos para socorrer a los pobladores de Santiago. La alegría de los hambrientos y casi desnudos pobladores no cabe en estas páginas.
A su vez, Monroy logró salir hacia Chile con uno de los amigos de don Pedro, Cristóbal de Escobar, quién viendo la desidia del gobernador, hizo los aportes necesarios para formar un grupo de ayuda y apoyo, misión en la que él mismo se incluyó a pesar de sus años. Llegaron a Santiago, con setenta hombres de refuerzo, todos de a caballo. Como ya lo citamos, es probable que con esta partida de refuerzos hayan llegado las primeras 30 yeguas de vientre encargadas por Rodrigo González de Marmolejo.
En el invierno de 1544 fondea en la bahía de Valparaíso la nao San Pedro al mando de Juan Bautista Pastene, de quién Valdivia informa al Emperador como: “genovés, hombre muy práctico de la altura y cosas tocantes a la navegación y uno de los que mejor entienden de este oficio de cuantos navegan en esta mar del sur, persona de mucha honra, fidelidad y verdad…” Don Pedro lo nombra Teniente de Capitán de la Mar Océano y se constituye así la primera escuadra chilena, con un solo buque. Dos labores le encomienda, explorar, aunque fuera desde la costa, las tierras del sur, ver si estaban habitadas y de que laya eran y, mantener el contacto marítimo con el Callao para la traída de auxilios, de ser necesarios y de nuevos conquistadores, si los hubiera.
A fines de 1544, Valdivia junta todo el oro posible y comisiona a Pastene y a Monroy para hacer gente y a adquirir artículos que se necesitaban. Además, la mitad del oro se la entrega a Antonio de Ulloa, que ya había conspirado contra él, pero que por la muerte de un hermano quería pasar a España. Le entrega dinero, aparentemente para su familia, y una comisión ante el emperador.
Su impaciencia ante la demora de los comisionados, lo hace iniciar la conquista hasta el Biobío a comienzos de 1546, el 11 de febrero sale con 60 jinetes bien armados. Al acercarse al Biobío se encontró con la primera resistencia, trescientas lanzas mapuches les presentaron batalla. Los españoles los derrotaron y les causaron unas cincuenta bajas. Cansados por la refriega, durmieron en el campo con guardia de a caballo y de a pié. Al amanecer del día siguiente, varios miles de indios les cayeron encima.
En la batalla de Quilacura se enfrentaron por primera vez, las que serían muchas más, los hijos de Castilla con los hijos de Arauco. Los mapuches desconcertados por los caballos y armaduras que aún no sabían contrarrestar, no lograron derrotar a los españoles, pero los tuvieron en la puerta del horno. Los castellanos dejaron doscientos cadáveres de mapuches sobre el terreno, pero lamentaron la pérdida de dos caballos, y la de numerosos soldados y caballos heridos. No pudieron perseguir al enemigo y se tuvieron que detener en la ribera norte del río. Ahí supo Valdivia que se concertaban en la ribera sur miles de indios más y, como ya había catalogado a sus nuevos adversarios como grandes guerreros “que combaten como tudescos”, volvió grupas y puso pies en polvorosa hacia la capital del reino. Valdivia procuró disimular su fracaso, pero de que lo tuvieron casi listo, lo tuvieron.
Ante la demora de los enviados por refuerzos, Valdivia despacha en septiembre de 1546 a Juan de Avalos Jufré en una lancha pescadora aparejada para intentar llegar al Perú, con duplicados de las cartas y otros $60.000 pesos en oro. Pero a la lancha pescadora al parecer también se la trago la mar. Recién en octubre de 1547 apareció Pastene con diez hombres más, pero con las manos vacías. Relató a Valdivia las vicisitudes por las que había pasado, la muerte de Alonso de Monroy y la traición de Ulloa, quién, además, se había apoderado de todo el oro en connivencia con Gonzalo Pizarro que le había declarado la guerra al virrey Blasco Núñez de Vela y lo había derrotado y muerto. Supo también, a la llegada de Diego de Maldonado, que ya se sabía en Lima que el rey había enviado a un caballero encargado de poner orden en las cosas del Perú, Pedro La Gasca.
Fue así como Pedro de Valdivia decidió marchar al Perú a ponerse a las órdenes de la corona, lo que significó varias peripecias en sus relaciones con sus gobernados. Pero como no tienen que ver con los caballos habrá que saltárselas. En el Perú, Valdivia fue nombrado maestre de campo de los ejércitos reales y venció en Xaquixaguana (Saxahuamán) al lugarteniente de Pizarro, el brujo de los Andes, Antonio de Carvajal. Repetía lo de Las Salinas con Almagro el viejo. Fue nombrado Gobernador por el Rey y regresaba a Chile con numerosos refuerzos, armas, caballos y dos o tres naos, cuando fue hecho volver por el presidente La Gasca para que respondiera a las numerosas acusaciones de sus detractores y de los que se consideraban por él perjudicados. Esto lo atrasó otros meses en su vuelta a Chile donde Francisco de Villagra había quedado como Teniente de Gobernador.
Salió airoso de todas las acusaciones, salvo la de su concubinato con la tal Inesa, la que fungía de dueña en su casa. La misma que, el 11 de septiembre, por sus manos había decapitado a los caciques presos cuando ya a los españoles no les quedaban recursos a que acudir, pues, el Apóstol Santiago, al parecer, se hacía de rogar para aparecerse por las nubes en su caballo blanco y con su espada de fuego en la mano, tal vez, debido a los tantos pecados que los conquistadores habían acumulado.
Aquí, vamos a tener que recurrir a una crónica que ni don Uldaricio Prado ni don Francisco Antonio Encina pudieron tener a la vista. Solo en 1966, el Fondo Histórico y Bibliográfico José Toribio Medina, en asociación con la Newberry Library de Chicago, publicaron la primera crónica que alguna vez fue escrita sobre Chile.
Don Uldaricio publicó su libro en 1914 y don Pancho el primer Tomo de su Historia de Chile, el que versa sobre estos tiempos, en 1938.
Se trata de la; “CRONICA y relación copiosa y verdadera de los REYNOS DE CHILE,” escrita por Gerónimo de Bibar, natural de Burgos en 1558.
Esta obra, citada por cronistas posteriores que seguramente la leyeron, desapareció y muchos pensaron que era pura fantasía y que nunca había existido ni la obra ni el autor. Pero don José Toribio, hurgando en los sótanos de la biblioteca mencionada, en cajones llenos de legajos que la biblioteca había comprado en España en plena Guerra Civil, para dicha de él y contentura nuestra, encontró un ejemplar al que sólo le faltan dos folios.
Valdivia en su expedición de conquista, entre todo lo que era menester llevar, trujo a un amanuense que fungió como escribano oficial, es decir como testigo de fe de los acontecimientos y sucesos y de las acciones de gobierno, era Juan de Cárdenas. No está muy claro cuantos de los que vinieron a Chile eran capaces de manejar el lápiz, o la pluma más bien dicho, pero no deben haber sido muchos. Bueno, entre los expedicionarios venía uno, al que no se le iba en collera la escritura, que seguramente no fue muy soldado, ya que se mantuvo vivo y pudo volver a España con sus memorias o apuntes como para trascribirnos los primeros días y asuntos de lo que hoy es nuestro país. Dejemos a don Gerónimo en barbecho por mientras tanto.
Arturo Lavín Acevedo, Cauquenes del Maule, agosto del 2011.