Anuario de 1967: Mineros de las medialunas atajan en quinchas de cobre
En el Anuario de 1967 de la Asociación de Criadores de Caballares fue publicado este artículo titulado "Mineros de las medialunas atajan en quinchas de cobre".
Revisa la transcripción de esta nota:
¡Corren… Calama y Chuquimacamata! ¡A la puerta…, Minero y Huaso!
Nos enorgullece rendir homenajes a estas parejas. Mientras corren, la imaginación transforma al huaso en minero y al minero en huaso. Aunque la vista se fije sobre las quinchas de ramas, el pensamiento escaramucea sobre el ayer de estos hombres que con sus esfuerzos forjaron el porvenir de Chile.
Pensamos que ese huaso, de rostro curtido y poncho liguano, es la prolongación de la vida de aquel cateador que a comienzos del siglo XIX fue dejando atrás el Norte Chico, tras una veta quimérica hasta llegar al Norte Grande. Imaginamos que ese otro, el del chamanto concho de vino con hojas de parras doñihuanas, desciende de aquel cateador que un día dejó los valles transversales, sin otra brújula que su audacia y su esfuerzo. Ese otro, el de la yegua picaza, nos parece un huaso ovallino que abandonó un día la querencia empujado por la desolación provocada por un año de sequía.
Calama es un oasis. Es un pedazo de tierra colchagüina o temucana puesta como por obra de magia entre la aridez de esos cerros plomizos, cuajados de riquezas. Es verdor de alfarfares en acuarela de color sobre el fondo descolorido de las alturas. Es Antofagasta, que se trajo el alma del campo, para demostrar cuán grande es su chilenidad.
El cateador abre senderos, descubre manantiales, cava socavones, vence la naturaleza, alentado por una fuerza superior que lo hace invencible. De su estirpe son los hombres que vencieron todo obstáculo con tal de construir una medialuna, de llevar el rodeo al corazón de Chuquimata, uno de los minerales más importantes del mundo. Hay que tener un espíritu mezcla de arriero y minero para poseer tan tremenda tenacidad, para lograr un objetivo que parecía imposible.
El rodeo es hoy es más que una realidad en Calama; es un ejemplo. Maravilla verificar cómo atrae a los hombres que trabajan en las entrañas de la cordillera; cómo aparecen más y más parejas en cada rodeo; cómo son de perfectos sus arreos huasos; cómo han logrado obtener o adiestrar sus mancos corraleros; cómo obtienen el ganado para las corridas.
Seguramente si Rubén Campos Aragón, el gran poeta que ama el rodeo, presenciara las corridas mineras, expresaría su admiración para estos huasos admirables, intercalando en cada una de las estrofas de sus versos la palabra Calama y diría:
También en Calama
la cueca abre su chamanto puro;
aquí entre el cobre el huaso se vuelve primavera.
Ya tiene el sol al alcance de su mano.
Ya luce su estirpe de bandera.
Ya suma en la esperanza
ese beso flor de "puntos buenos".