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Disfruta este artículo de Miguel Letelier publicado en el Stud Book del Caballo Chileno

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El texto fue publicado en 1937.

Por Don Miguel Letelier Espínola, Criadero Aculeo

La publicación del primer número de los Anales de la Asociación de Criadores de Caballos, satisface una aspiración desde largo tiempo sentido por los que en nuestro país se interesan por la crianza y empleo de las diversas razas caballares, especialmente la criolla.

En estos Anales se divulgarán conocimientos provechosos para los criadores y para quienes utilizan el caballo en sus múltiples y variadas aplicaciones y trabajos; se recordará la historia mal conocida o ignorada del todo de nuestro noble caballos criollo; los esfuerzos y dedicación por largos años no interrumpida, de quienes han bregado con éxito en la reconstitución, aún más en la verdadera formación  de esta casta caballar, su conservación y mejoramiento y, un estímulo para los que mañana, no lo dudamos, han de proseguir en su fomento y su progreso.

Más allá de nuestras fronteras, los interesados en los demás países de América en la crianza de criollos aclimatados al medio respectivo, podrán conocer las modalidades, la minuciosidad y el éxito del trabajo de selección desarrollado en los últimos años por los criadores del caballo chileno.

Fruto de su consciente y constante dedicación, de su organización desde hace medio siglo, de su entusiasmo jamás decaído, es el florecimiento estado de la crianza del caballo chileno, del activo movimiento de los Registros Genealógicos cuidadosamente llevados por la Sociedad Nacional de Agricultura; del éxito creciente de las Exposiciones en las diversas zonas del país; del entusiasmo y brillo de los rodeos organizados con fines de progreso y de ayuda a obras de beneficencia y de progreso local, verdaderos torneos de brillante exhibición de destreza y de calidad; de la organización de esta Asociación de Criadores de Caballares; y lo que es más valioso, el notorio reconocimiento de los servicios que esta casta caballar ha prestado y presta a la ganadería nacional y contribuido eficazmente a la creación de valores que, sin ese trabajo y dedicación no existieran.

No es necesaria para una exacta apreciación del estado actual de la crianza del caballo criollo chileno, rememorar minuciosamente lo ocurrido durante los tres siglos de la época colonial referente a la traída a nuestro país de los sucesivos contingentes equinos requeridos por las necesidades de la guerra de la conquista y por la colonización e implantación y desarrollo de esta rama de la ganadería. Historiadores de notoria autoridad, cronistas minuciosos y amenos, coterráneos algunos de aquella época ya remota, otros hasta contemporáneos, nos han referido con detalles las contingencias y visisitudes de esta rama de esta rama de las actividades ganaderas. Sólo mencionaremos de esas relaciones lo que la zootecnia exige para la comprensión de la manera cómo, a través del tiempo, del medio y de variadas y peculiares circunstancias, ha sido lógica y posible la formación de nuestra casta caballar criolla actual.

Es bien sabido que la especia equina no existía en el continente americano antes del descubrimiento. Todos los caballos que nos legó la época colonial a los diversos países americanos que fueron dependencia de la corona española, provenían de los progenitores que, en épocas diversas y desde los primeros viajes de Colón y sin interrupción después hasta la época de las guerras de la independencia, trajeron los españoles a estos países de ultramar para el servicio y sus audaces viajes y exploraciones primero, de la conquista y para fines de colonización ulteriormente.

No fue por cierto Chile ajeno a esta constante traída de caballares para estos servicios; por el contario, su lejanía geográfica en el continente, la persistencia de las guerras de Arauco, más que otra alguna en la las regiones de la ocupación española, hizo necesario la venida de nuevos y nuevos contingentes. Si de la expedición de Don Diego de Almagro nada quedara, la de Don Pedro de Valdivia y los sucesivos refuerzos recibidos, empezaron a constituir en Chile una base no despreciable de crianza de ganado caballar de la que un núcleo al parecer numeroso, fue el formado por el capellán de la expedición y primer Obispo de la Diócesis de Santiago, Don Rodrigo González de Marmolejo. A no dudarlo el Gobernador Don García Hurtado de Mendoza, en los primeros años de la colonia, joven y apuesto jinete, gran aficionado a los deportes ecuestres a la "gineta" al par que brillante militar, hizo venir consigo caballos de selección, probablemente de la renombrada casta andaluza, tan celebrada ya en esas remotas edades. Los expresos acuerdos del Cabildo de Santiago para fomentar e incrementar la crianza y reproducción de caballares son elocuente testimonio de la importancia que a ello se asignaba como fundamento a la permanencia, estabilidad y progreso de la ocupación de la flamante Gobernación.

Sucesivos y numerosos grupos de caballares siguieron llegando a Chile sin interrupción durante los siglos XVI, XVII y XVIII y principios del XIX.

Sentada la indiscutible premisa que todas las variedades de caballos existentes en el continente americano ocupado por España, provenían de progenitores peninsulares, es indispensable para el objeto que nos proponemos, de estudiar la formación del actual caballo criollo, analizar cuál era la población caballar en la península ibérica. Dos variedades predominaban en España en los siglos XV y XVI; la denominada "jaca castellana" y la renombrada casta andaluza, de origen ético distinto como lo acusa su morfología y bien diferentes también por su número, su utilización y la común estimación.

La primera formaba en inmensa proporción, la población caballar de la península, extendida en todo el territorio.

No constituía por cierto una raza; aún bajo la denominación genérica de "Jaca" se designaba al caballar de pequeña alzada, inferior sin duda a 1,50 mts. y sin ninguna cualidad que lo distinguiera.

Esta numerosa población caballar, provenía de cruzamientos con el caballo autóctono de la región, de progenitores traídos a la península, desde la época más remota por los diversos pueblos que sucesivamente ocuparon su territorio, desde antes de la dominación romana, hasta el prolongado dominio de los árabes desde el siglo VIII al XV. Actuaron en su formación caballos de origen céltico de reducida alzada y recia conformación, que se perpetuaron en las provincias del Norte, asturianas y cantábricas; caballos de origen africano llegados con la ocupación cartaginesa dos siglos antes de Cristo; la ocupación romana llevó a España las más variadas razas de la Europa Central y Oriental; razas nórdicas venidas con los invasores de vándalos y visigodos y finalmente, durante los ocho siglos de la dominación árabe, caballos berberiscos, árabes y egipcios influyeron sin duda en forma preponderante a la constitución de numerosa estirpe caballar de España.

A pesar de sus orígenes tan heterogéneos, el caballo español, reproducido durante siglos en un medio escaso y riguroso, pero sin duda no ajeno a cuidados y al especial interés derivado de las múltiples y premiosas necesidades de todo orden para las cuales este animal era requerido, fue estimado en los países del viejo continente en manera especial en los siglos XV y XVI y considerado entre los mejores caballos de guerra y el más codiciado para los deportes ecuestres.

Llegó sin duda el caballo español a cierta uniformidad de alzada, desarrollo y condiciones de temperamento, aunque las diversas razas progenitoras dejara impresa en esa numerosa población caballar, ciertas peculiaridades hereditarias de conformación, pelaje y carácter aún constatables en las numerosas variedades y familias descendientes de ella en los países de colonización española, lo que nos ayuda a comprender ciertos fenómenos hípicos difíciles de explicar de otra manera.

La abundante iconografía que ha llegado hasta nosotros, las descripciones que de la jaca española nos han legado personas expertas en el empleo y reproducción del caballo, muestran con notable claridad la semejanza de ésta con nuestro criollo caballo chileno, aún más que con otras familias y variedades del mismo origen en los demás países del continente americano.

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La afamada "raza andaluza" era preponderante en la península ibérica en los siglos XV y XVI, más por su gran calidad que por el número de su población; constituía una casta de selección extendida principalmente en las provincias andaluzas, proveniente de refinada y acertada selección y cuidado, de origen berberisco y africano, debiendo inducir el perfil convexo de su cara, que no actuó en su progenie en proporción apreciable el caballo árabe, como invitaría a inducirlo las excelentes cualidades de vigor y temperamento del caballo andaluz.

Fue en su tiempo el caballo más estimado en Europa para los ejercicios de equitación y deportes ecuestres de aquellas edades, animal de lujo que sirvió de base a la formación de variedades equinas del más alto refinamiento; yeguas andaluzas actuaron en la formación de la formación de la fina sangre de carrera actual.

La talla del caballo andaluz mediaba entre 1,45 y 1,55 mts. longilíneo, de cabeza más liviana que la de la jaca española y de agradable distinción.

En tiempos posteriores a partir de fines del siglo XVII la raza caballar andaluza decayó sensiblemente, tanto en número como en calidad, hasta desaparecer totalmente en el pasado siglo, siendo conservados sus últimos ejemplares en las caballerizas de la Corona del fenecido imperio Austro-Húngaro.

Es dable inducir que, que por ser las provincias andaluzas donde eran adquiridos los caballos venidos a América, por la afición a la alta equitación de muchos de los capitanes que a estas tierras vinieron, llegaron también hasta acá caballos de la renombrada raza andaluza, donde han de haber seguido conservando su merecida estimación y fomentado su reproducción. Pero su elevado precio, su número mucho más escaso comparativamente a la jaca española, tuvo como lógica consecuencia que en inmensa numérica proporción, fue esta última la que predominó en las caballadas traídas por los españoles a nuestro continente y ha constituido así, la base principal de las variedades criollas de las diversas regiones de América, circunstancia que nos proporciona fundadas informaciones para el estudio y apreciación de éstas y en especial de nuestro criollo caballo chileno.

El numeroso aporte de "yegüerizos" de la casta "jaca castellana" y el más reducido de raza andaluza, mezclados y reproducidos sin duda sin especial cuidado y selección durante los tres siglos de la dominación colonial, bajo la acción combinada del clima, del territorio, de la alimentación, del régimen de vida de nuestros campos y de sus necesidades peculiares, especialmente en las provincias del centro de Chile, fue adaptando sus cualidades y conformación a los requerimientos del medio y diferenciándose notoriamente de las demás variedades provenientes de un origen común, pero sometidas a circunstancias de vida diferentes; las desemejanzas morfológicas y de temperamento del caballo chileno criollo, con el peruano o el argentino, para solo referirme a éstos, puede ser apreciado por el menos experto.

El trabajo duro a que el caballo fue sometido en un territorio abrupto y montañoso, endureció sus cascos y tendió a recoger su amplitud de asiento; estimuló a fortalecer su musculatura general y del cuarto posterior especialmente; el variado y desigual régimen de pastos en las diversas estaciones del año, lo hizo más sobrio y disminuyó su desarrollo.

Paralelamente a la acción de estos medios naturales, el régimen de vida de los pobladores de nuestros campos y sus métodos de explotación, mantuvieron el caballo más cerca de los cuidados del hombre, estimuló su apreció, facilitó su selección, alentada además, por la afición de nuestros campesinos a las faenas peculiares del  campo que, a más de trabajo, revestían el carácter de verdaderas fiestas regionales, trillas, rodeos, carreras en los cuales una emulada competencia en la destreza y lucimiento de las cabalgaduras de selección, fueron suficientes factores de mejoría y conservación de las mejores castas, muchas de las cuales han llegado hasta nuestros días y de donde derivan reproductores de "pedegree" ininterrumpido que figuran en los Registros Genealógicos de nuestros caballos criollos.

El cruzamiento de las diversas familias caballares provenientes de un mismo origen, propendió a formar un factor común de cualidades peculiares, sin lograr hacer desaparecer algunas diferencias morfológicas de ciertos grupos, que hasta hoy día es dable observar.

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Bajo estos regímenes de alimentación, utilización y crianza llegó la población caballar de Chile hasta principios del siglo XIX, tiempos en que a partir de las guerras de la independencia cesó la traída de caballadas españolas y una conjugación y cruza entre los elementos existentes, sin intervención de otros nuevos, facilitó la homogenización de nuestra población caballar. De esta época y en ciertos casos de años un poco más lejanos, existe una tradición verídica de algunos criaderos, de manadas de yeguas seleccionadas, de potros cuya descendencia es posible establecer y que constituye la base de lo que hemos convenido en llamar raza chilena criolla y de sus Registros Genealógicos.

Impropiamente, en esta materia, hablamos de "raza chilena". Nuestra casta caballar no constituye una raza, en el sentido preciso que la Zootecnia asigna a este vocablo; ni aún constituyeron en verdad una raza los progenitores de nuestro caballo, el "andaluz" y la "jaca española", provenientes ambos de diversas razas y orígenes, como lo hemos dejado establecido en párrafos anteriores. Sólo podría asegurarse que nuestro caballo criollo constituye hoy una variedad. Sin embargo, usaremos la palabra raza, por haberlo consagrado así el uso y la costumbre de los cultores de esta rama de la ganadería y hacer más fácilmente comprensible esta exposición.

Hoy entendemos por raza caballar chilena la descendiente de los caballos venidos de España durante la época de la ocupación colonial, con exclusión de todo cruzamiento con cualquiera otra raza o variedad.

Ninguna posibilidad de cruzamiento de las castas caballares de procedencia española antes referidas, con otras razas, existió en Chile hasta bien entrado el siglo XIX; éstas fueron por primera vez introducidas a nuestro país durante el decenio transcurrido entre 1840 y 1850 fue motivada por la necesidad de contar con caballos de arrastre, tanto para los coches de lujo como para la tracción de las diligencias establecidas para el transporte de pasajeros entre las ciudades, como para carros de carga usos para los cuales el caballo del país, especializado para la silla, no era apropiado.

Don Claudio Gay de autoridad e imparcialidad indiscutible, que en aquellos años escribió su prolija relación del estado de la agricultura y de la ganadería en nuestro país con respecto a la cuestión que venimos tratando refiere lo siguiente: "Hace cuarenta años todo el mundo viajaba a caballo, lo mismo los hombres que las mujeres, para las cuales había sillas poltronas o janúas, de modo que los caballos de montar aparecían como la expresión pura y simple de la época. Hoy en día se han establecido diligencias en todas partes y numerosos ferrocarriles comienzan a surcar algunas localidades, lo que necesariamente debe introducir una gran reforma en la educación de estos animales (el caballo criollo). En el campo habrá siempre necesidad de caballos especiales a propósito para los diversos servicios a que se les destina. Los unos son aptos para el lazo, rudo ejercicio a causa de las fuertes sacudidas que experimentan en el momento en que el toro, en medio de su precipitada carrera, es súbitamente detenido; otros, para apartar el ganado o para perseguirlos en los escabrosos terrenos de la cordillera; otros, en fin, para los campesinos aficionados a las carreras, a los juegos de cabeza, de gallo, a las luchas cuerpo a cuerpo que llaman pechear (topear) y los ejercicios que hacen ejecutar a sus monturas cuando las han lanzado a todo escape. Los chilenos poseen para todo esto caballos particulares, domados desde sus primeros años con interés e inteligencia; pero para los coches de lujo, para las diligencias y hasta para las carretas, tienen necesidad de caballos especiales; y criarlos con este objeto es hoy día una de las preocupaciones de los que poseen grandes yeguadas".

"Pero para conseguir este fin, necesita el caballo chileno ser muy trabajado. Generalmente pequeño y habiendo hasta ahora conservado sus cualidades exclusivas de caballo de montar como lo prueba la forma recta de sus piernas delanteras, no se conseguirá que se sirva para tiro sino cuando después de una elección inteligente se haya logrado obtener una casta de mayores proporciones, y esto no será difícil si lo nutren bien en sus primeros años, porque como dicen los ingleses, la talla está en la avena. Para evitarse este trabajo, algunos buenos patriotas entre los que se hallan Don Rafael Laraín, Don Luis Cousiño, Don Ricardo Price, la familia Gallo, etc., han introducido en el país nuevas razas, que pueden en cierto modo llenar las condiciones que exigen las nuevas necesidades. El Gobierno también se ha asociado a esta obra de regeneración, mandando a buscar a Inglaterra un caballo padre y ocho yeguas de vientre escogidas entre las razas de tiro más estimadas en Europa. Tres de estos animales y entre ellos el caballo padre, procedían de las caballerizas agrícolas del príncipe Alberto y pertenecen a la raza clydes dae, otras cuatro yeguas eran de la raza cloveland y las dos restantes de la yeguada de lord Berners y de la raza Suffolk. El país posee igualmente percherones, raza muy provechosa por su rusticidad, por su entereza para resistir la fatiga y soportar una larga abstinencia. Siendo excelentes trotones, ninguno más precioso que ellos para los servicios de las diligencias establecidas hoy en la mayor parte de las provincias de la República, con gran ventaja para los viajeros".

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Podríamos limitar aquí la transcripción de la información valiosa contenida al respecto en la Historia Física y Política de Don Claudio Gay; sin embargo, en las líneas siguientes anota pensamientos de tanto valor hípico ayer como hoy, que no resistimos al deseo de transcribirlas también; dice así: "Sin embargo, es de creer que la falta de celo y la influencia del clima, los hagan degenerar. Frecuentemente las razas son puramente locales y una prueba de esto es que en Europa cada país, y puede decirse cada provincia, posee la suya, y de esta provincia es de donde se sacan los caballos que se necesitan. Esta circunstancia debería hacer reflexionar a los chilenos antes de desprenderse de las cuantiosas sumas que exige la introducción de una raza en un país, sobre todo si se contentan con caballos padres que no ofrecerán más que crías anómalas, porque la reunión de dos razas reclama antes que nada que el padre y la madrea sean de una constitución sobre poco más o menos semejante".

La extensión de la mestización aún estimulada por las razones antedichas, no pudo ser, sin embargo, en los primeros años ni muy abundante ni muy generalizada a través del país; en sentido contrario a esto actuaron el número reducido de los flamantes reproductores exóticos, el área reducida de su acción y la estimación de los hacendados y criadores por sus castas caballares y el afecto individual, hasta apasionado a veces por los caballos criollos de selección, fieles compañeros del hombre de campo en sus trabajos y en sus regocijos.

Así, durante la segunda mitad del siglo XIX una proporción considerable de nuestra población ganadera  caballar permaneció libre de cruzamientos extraños, a pesar de la llegada al país de ejemplares ya numerosos de otras razas, y continuó en la raza criolla la selección y esmerado cuidado de muchísimos criadores. Esto hizo posible el renacimiento de la raza, hasta la formación de los actuales Registros Genealógicos y la obtención de su satisfactorio estado actual.

En artículos posteriores nos referiremos a este trabajo fundamental desarrollado con éxito durante los últimos cincuenta años.

MIGUEL LETELIER

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