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Anuario de 1975: Carta a una Yegua

Anuario de 1975: Carta a una Yegua
Revisa este sentido texto escrito por Baltazar Castro.

En el Anuario de 1975 de la Asociación de Criadores de Caballares y de la Federación del Rodeo Chileno se puede encontrar esta hermosa "Carta a una Yegua" escrita por Baltazar Castro.

Revisa la transcripción del texto:

Carta a una Yegua

Por Baltazar Castro

No pensé, ni por un instante, querida "Carretera" cuando mi hijo Juan Carlos te trajo del sur que alguna vez sentiría la necesidad de escribirte algunas líneas, con la sana intención de exteriorizarte nuestra gratitud, que la gratitud no es artículo de uso diario así como para que nadie aliente la menor duda sobre como tú has pasado a ser parte del aire de "Rosafé", sangre de sus hombres y sus mujeres, temblor de sus tallos, vaharada de las vacas en la madrugada lluviosa, olorcillo picante del forraje de los silos y de los orines en las pesebreras, cacarear de gallinas en la casa de Pepe Rojas, el capataz, o rendida más alta que el cerro Huimay cuando se quiebra la máquina trilladora deteniendo la cascada del trigo. Sin que nos diéramos cuenta tú fuiste todo eso; zancada de nuestros zapatos, grito de nuestro alborozo, llanto de nuestra pena, gemido de amor paralelo al rielar del lucero por el tejado de Tiburcio Marchant.

Es que desde el primer momento te desenvolviste como una perfecta señorita. Nada extrañaste, ni insinuaste siquiera que te penase la ausencia del sur; nada. Nosotros, por nuestra parte, estuvimos preocupados temiendo que no te viniera bien el pasto de "Rosafé". ¿Será que prefiera al alfalfa verde? ¿O la cebada será su gusto? ¿O el trébol? ¿Quizás el alfilerillo? Cada pregunta se diluyó cual globito de jabón al arribo de "Filo" González trayendo una brazada de pasto seco, nadie sabría decir de qué corte de los potreros procedía, así de tiempo lo teníamos en las bodegas. Tú hundiste la cabeza entre las frágiles ramitas, hurgando como buscando algo, y luego erguiste el pescuezo mientras de los belfos caían tallitos secos que tus dientes, triturando con fruición, no alcanzaban a coger. Borneaste la cola, golpeaste el suelo con la pata derecha, y nos estremeciste de gusto cuando tú te estremeciste con una especie de temblor o sacudón que partía de la tusa, cubría los pechos y las paletas, y se hacía leve rizar de oleaje marino en la vastedad de las ancas. ¡Bendito cielo, todos estábamos felices!

- ¡Putas la yegua amistosa, iñor!- apuntó "Toreque" Soto.

Cada uno de los que te observábamos agregó algún detalle captado en los movimientos tuyos: que la línea de las manos, que el color "bayo acoipao", que la forma de la cabeza. En buenas cuentas nada había de criticable en tu apostura y, de verdad, correspondía tu presencia a los antecedentes de destacada figura de los rodeos del sur. Pero fue Oreste Palma el que trizó el encantamiento:

- Vamos a ver qué dice don Galo- comentó.

Cierto. Había que esperar que te montase Regalado Bustamante, el "arreglador" de caballos. No acababan, pues, las incertidumbres y las impaciencias, si bien la espera duró poco tiempo. Regalado estribó con la agilidad que le enseñó el campo y que desmiente la corpulencia de los cien kilos. Acomodó las piernas entre pellones y peleros, aferró las riendas con las manos que la práctica transformó en tenazas y el frenó transmitió la orden que venía de los duros dedos del jinete. Pareció que habías captado el golpe de bridas antes que su telégrafo arribase al freno, pues te desplazaste con la misma agilidad y elegancia con que te vimos llegar.

Regalado te lanzó en un galopón que mezclaba las crines tuyas con la del viento; realizó diversas maniobras tal si estuviese participando en competencia de riendas; te obligó a avanzar casi de costado, atajando un novillo invisible. Enderezaron hacia nosotros y todos vimos, más con el corazón que con los ojos, que Regalado miró a Juan Carlos y sonrió, feliz, inclinando la cabeza afirmativamente. Pareció que a Juan Carlos le salía de la risa de la misma boca del chamanto de manera que se produjo una suerte de juego en el que reían las bocas de los chamantos Regalado y de mi hijo, cubriendo el cielo de "Rosafé" de colores y risas.

Las mismas risas que se repitieron la vez que regresaron Juan Carlos, Don "Jecho" Bustamante y sus hijos Regalado, Sergio, "Toroque" Soto, tú y "Forastero" después de haber ganado el Champion de Chile en Talca. Por la rajaúra de los melones que l'hicimos güena, andaba comentando Don "Jecho", de uno en otro, relatando las veces que el premio máximo del rodeo chileno habíasele escapado de las manos. Quise ir a estrechar sus sermentosos dedos de viejo "arreglador" de caballos, pero alguien me contuvo: "está con el agua puesta", me dijeron, haciendo alusión a los caldos crepitosos que ya había despeñado por el gaznate.

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Mi carta, también, "Carretera"  te servirá para mostrarla después a que "Forastero" haya dado cuenta de tu abstinencia. "Me la escribió un hombre que sabía leer en los ojos de los caballos", explicarás lo que vendrá a ser una gran verdad pues yo podría ahora por ejemplo, contar lo que vi en las de tu compañero de victorias cuando ambos, luego del galardón máximo en la medialuna del Piduco, libres de jáquimas, se dispararon a disfrutar de la maravilla del potrero enteramente vuestro, apenas dividido por una infranqueable hebra de alambre de púa que separaba tus suavidades de las belicosas apetencias de "Forastero", olisqueando el aire para percibir el mensaje de tus olores más íntimos. Aquella tarde me di perfecta cuenta que para el potro nada valían los puntos buenos logrados después de inmovilizar, en la quincha, el brío de un novillo nervioso, sino nada más que la esperanza que agitaba armoniosamente en las pezuñas suyas.

Te agradezco tu silencio, tu sobriedad, la mesura ante los éxitos y los aplausos. Es tan difícil dominar estos materiales. Don Rosamiro Aceituno que corría en vacas por allá por Llanillauquén adentro casi pisándole los flecos del estero de Alhué, tenía una mujer a la que había apodado "Doña Zoila Pico" por su tendencia a abrir las compuertas de la palabrería sin venir al caso. Doña Zoila Pico" daba en anegar el contorno con su bombonear, don Rosamiro filosofaba:

- Benaiga con estas mujeres hablantinas. Si no s'echan la boca al seno es porque algo les anda picando.

A ti, por ahora, no te pica nada y a nadie molestas, lo que constituye una razón más que justifica nuestra decisión de no permitir que te aparten de nuestro lado. No te transaríamos ni por todo el oro del mundo. ¿Podríamos vender un brazo? ¿O una pierna? Se me ocurre que, a la vez, sería como llevar a la subasta un pedazo de historia, porque tú vienes a ser la prolongación de la caballada que preparó O'Higgins en Las Canteras, o de los ejemplares "cuevanos” que los hermanos Cuevas facilitaban a Manuel Rodríguez para descabezar el sueño de los realistas. Tu sangre es la flecha que disparó el noble animal que dio agilidad al sable de Bueras en Rancagua y Maipú. Por tu silencio, y el de tus antepasados, vino caminando nuestro pueblo -soldado y labriego- en procura de su destino.

Cuando los años les quieten vivacidad –a ti y a "Forastero"- para deslumbrar a los públicos y los jurados con la atajada increíble en la mismísima puntada de hilo que sujeta la estrella a la bandera, entonces vendrá al suelo la alambrada que les separa en el potrero. Será un acontecimiento, toda una ceremonia litúrgica. Los grillos que anden a caballo en los choclos, cual timbaleros, cesarán a una orden precisa; los álamos encargarán el mejor dorado de abril; los eucaliptus escobillarán el verde diablo fuerte de sus tenidas, y el cerro se abrochará apuradamente el marrueco para que la cascada no espolvoree ruido. Entonces y sólo entonces "Forastero" trasvasijará sus ímpetus apasionados a tus fuentes creadores, después de un breve coloquio que pájaros y estrellas irán relatando por las medialunas y pesebreras de Chile. Tú lanzarás un relincho del porte de "Rosafé" y ambos –tú y "Forastero"- se irán por el potrero, satisfechos, despreocupados, ramoneando por aquí, bosteando por allá, sin tener que limitar el cristal de aquel instante para entregar la argollita de matrimonio a la reconstrucción nacional. Trincando por aquí, bosteando por allá; sobre todo bosteando, para que la tierra de nutra de materias fertilizantes. Al día siguiente vendrán Chalindo, Don Tigua, Toño Nieto y el Negro Valdivia a hender el arado que agitará el oleaje moreno, expectante ante la proximidad del grano. Así se iniciará el itinerario de la espiga hacia el digno mantel del hombre de trabajo. Tú, "Carretera", habrás contribuido a que el pan de la patria nueva sea trasunto de amor y de esfuerzo, con honestidad de gentes que aman su tierra, porque son prolongación de sus raíces.

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BALTAZAR CASTRO

Tiene talento. Múltiples talentos. Absurdo sería ahondarlos. Tantos ya lo han hecho con mayor versación y acuciosidad. Poeta, escritor de fuste, cronista, político, orador, minero, agricultor, deportista, de las profundidades de las minas a Presidente del Senado. De la montaña a la literatura. Hombre siempre en primer plano y que abandona jerarquías y honores para volver a dialogar con las vides, los surcos y los animales. El huaso de alma que se ennoblece de su estirpe.

Autor de muchos libros trascendentes. En el último de ellos, en "Distinto Bitoque", escribe esta "Carta a una Yegua", que es digna de una antología. El más hermoso homenaje rendido a una manquita corralera.

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